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Antes del tiempo, no existía nada. En el centro de aquel vacío, un único objeto permanecía quieto, esperando el momento adecuado: cuando llegó, la esfera estalló y millones de objetos se dispersaron por el vacío, creando incontables estrellas y mundos. Así se creó el universo.
De esta explosión surgieron entidades vivas, pensantes. Inconmensurables y solamente comparables a ellas mismas, aquellos entes lucharon por eones, hasta que, en medio de su destrucción, notaron que habían creado algo: algo nunca antes visto en aquel espacio vacío: vida. Ambos se separaron y viajaron por el vacío, alejándose el uno del otro, mirando los pequeños cuerpos de roca que viajaban en silencio por el espacio, buscando esa chispa llamada “vida” una vez más. Uno de aquellos seres encontró aquella chispa en un pequeño planeta romoto, cubierto por vapores y lava incandescente; supo que allí, algún día, la “vida” surgiría, por lo que decidió acelerar el proceso: apagó los fuegos y los llevó a las profundidades del planeta, hizo que algunos elementos se juntaran en el naciente cielo del planeta para formar la lluvia y creó el mar. Luego, levantó grandes pedruscos y formó los tres grandes continentes; así fue como comenzó la vida en el planeta.
Millones de años después, el mundo era completamente diferente a como lo había visto aquella entidad; durante lo que para él había sido apenas un parpadeo, la “vida” floreció en el planeta. El cielo se tornó de un limpio azul, mientras que la tierra se pobló de un espeso verdor, cubriendo a incontables especies de animales que vagaban por los confines de aquel mundo nuevo y desconocido para ellos; pronto, las criaturas crecieron y se adaptaron a su ambiente: desarrollaron “inteligencia”. Pasaron muchos siglos desde aquel primer momento en el que, con la ayuda de la entidad, siempre curiosa e interesada por aquellas bestias, se les dtó de inteligencia y ahora portaban vestimentas, armas e incluso la capacidad de alterar la realidad a su antojo. Con sumo interés, miró a aquellas criaturas (llamadas hombres) mover grandes rocas, agitar las aguas, crear ventiscas y tormentas y lanzar poderosas llamas. No pasó mucho tiempo para que aquellos seres dotados comenzaran a sentirse diferente del resto de sus compañeros y, para sorpresa de la entidad, comenzaron a pelear, al igual que él había hecho con su “hermano”, hacía tanto tiempo que sería imposible contarlo.
En aquel momento, la entidad decidió mirar las cosas más de cerca y descendió a tierra, donde por primera vez, conoció lo que era el horror: se encontraba en medio de un campo de batalla, donde la muerte había tomado las almas y cuerpos de cientos de individuos. La entidad montó en cólera y con un gesto de su mano, hizo desaparecer a aquellos que habían comenzado la primer Gran Guerra, dejando al resto de la humanidad sola y confundida. Utilizando los restos de los muertos y las rocas manchadas de sangre, levantó un gigantesco muro de roca y en el centro creó nuevamente “vida”: esta vez en forma de un árbol que nunca dejaría de crecer. Había creado lo que se conoce como el “Árbol de la Vida”.
Sin embargo, los hombres no olvidaron y recopilaron todo lo que sabían sobre aquellos “Elementalistas”, como habían decidido llamar a los desaparecidos. Buscaron una manera de moldear la realidad a su antojo, tal y como ellos alguna vez lo habían hecho.
Han pasado siglos desde que los hombres conocieron sobre la llamada “Alquimia” (entiéndase como “ciencia”) y lentamente, comenzaron a ascender hacia los cielos: se formaron edificios de roca y madera, nacieron las ciudades, se instauraron leyes, economía y el mundo creció lentamente hasta lo que tenemos hoy en día.
Sin embargo, no hemos aprendido la lección que aquella entidad quería dejarnos: cada vez estamos más cerca de alcanzar el Árbol, siempre a la distancia, mientras que nos matamos el uno al otro en una guerra que parece no tener fin.
-Esta tregua no durará mucho, muchachos- dijo el anciano, apagando el fuego y mirando a los demás a los que estaban reunidos con él alrededor de la fogata. –Debemos prepararnos para lo peor cuando lleguen al Árbol-. Entonces se levantó y caminó hacia el borde del risco, donde la luna iluminaba su silueta.
-Ya es hora, muchachos- dijo solemne, mirándolos a los ojos-. Deben prepararse para el Gran Viaje.
De esta explosión surgieron entidades vivas, pensantes. Inconmensurables y solamente comparables a ellas mismas, aquellos entes lucharon por eones, hasta que, en medio de su destrucción, notaron que habían creado algo: algo nunca antes visto en aquel espacio vacío: vida. Ambos se separaron y viajaron por el vacío, alejándose el uno del otro, mirando los pequeños cuerpos de roca que viajaban en silencio por el espacio, buscando esa chispa llamada “vida” una vez más. Uno de aquellos seres encontró aquella chispa en un pequeño planeta romoto, cubierto por vapores y lava incandescente; supo que allí, algún día, la “vida” surgiría, por lo que decidió acelerar el proceso: apagó los fuegos y los llevó a las profundidades del planeta, hizo que algunos elementos se juntaran en el naciente cielo del planeta para formar la lluvia y creó el mar. Luego, levantó grandes pedruscos y formó los tres grandes continentes; así fue como comenzó la vida en el planeta.
Millones de años después, el mundo era completamente diferente a como lo había visto aquella entidad; durante lo que para él había sido apenas un parpadeo, la “vida” floreció en el planeta. El cielo se tornó de un limpio azul, mientras que la tierra se pobló de un espeso verdor, cubriendo a incontables especies de animales que vagaban por los confines de aquel mundo nuevo y desconocido para ellos; pronto, las criaturas crecieron y se adaptaron a su ambiente: desarrollaron “inteligencia”. Pasaron muchos siglos desde aquel primer momento en el que, con la ayuda de la entidad, siempre curiosa e interesada por aquellas bestias, se les dtó de inteligencia y ahora portaban vestimentas, armas e incluso la capacidad de alterar la realidad a su antojo. Con sumo interés, miró a aquellas criaturas (llamadas hombres) mover grandes rocas, agitar las aguas, crear ventiscas y tormentas y lanzar poderosas llamas. No pasó mucho tiempo para que aquellos seres dotados comenzaran a sentirse diferente del resto de sus compañeros y, para sorpresa de la entidad, comenzaron a pelear, al igual que él había hecho con su “hermano”, hacía tanto tiempo que sería imposible contarlo.
En aquel momento, la entidad decidió mirar las cosas más de cerca y descendió a tierra, donde por primera vez, conoció lo que era el horror: se encontraba en medio de un campo de batalla, donde la muerte había tomado las almas y cuerpos de cientos de individuos. La entidad montó en cólera y con un gesto de su mano, hizo desaparecer a aquellos que habían comenzado la primer Gran Guerra, dejando al resto de la humanidad sola y confundida. Utilizando los restos de los muertos y las rocas manchadas de sangre, levantó un gigantesco muro de roca y en el centro creó nuevamente “vida”: esta vez en forma de un árbol que nunca dejaría de crecer. Había creado lo que se conoce como el “Árbol de la Vida”.
Sin embargo, los hombres no olvidaron y recopilaron todo lo que sabían sobre aquellos “Elementalistas”, como habían decidido llamar a los desaparecidos. Buscaron una manera de moldear la realidad a su antojo, tal y como ellos alguna vez lo habían hecho.
Han pasado siglos desde que los hombres conocieron sobre la llamada “Alquimia” (entiéndase como “ciencia”) y lentamente, comenzaron a ascender hacia los cielos: se formaron edificios de roca y madera, nacieron las ciudades, se instauraron leyes, economía y el mundo creció lentamente hasta lo que tenemos hoy en día.
Sin embargo, no hemos aprendido la lección que aquella entidad quería dejarnos: cada vez estamos más cerca de alcanzar el Árbol, siempre a la distancia, mientras que nos matamos el uno al otro en una guerra que parece no tener fin.
-Esta tregua no durará mucho, muchachos- dijo el anciano, apagando el fuego y mirando a los demás a los que estaban reunidos con él alrededor de la fogata. –Debemos prepararnos para lo peor cuando lleguen al Árbol-. Entonces se levantó y caminó hacia el borde del risco, donde la luna iluminaba su silueta.
-Ya es hora, muchachos- dijo solemne, mirándolos a los ojos-. Deben prepararse para el Gran Viaje.
